lunes, 29 de junio de 2015

Ojos y hojas - Estefanía Alcaraz


Algún día que ya no recuerdo, una gitana se presentó ante mí. Caminaba por un desolado callejón de mi amada ciudad y se detuvo al verme. Me extendió su mano ataviada por ríos de arrugas y me dijo que adivinaría mi suerte. La miré con desconfianza, siempre he sido escéptica de todas esas cosas. Pero ese día la melancolía había bañado mi alma y sus ojos grandes y rebosantes de sugestión se hicieron dueños de mi voluntad. Dejé que tomara mis manos. Cerré mis ojos y desde ese instante comencé un viaje a un tiempo no específico. La energía del tacto de nuestras manos, parecía convertir ese incoloro día en algo especial, una mezcla de verdes y magentas.
Me encontré paseando de su mano por un pueblo que no conocía. Era otoño. Centenares de árboles dorados habitaban los resecos suelos del lugar, se veían casas grandes y algunas carpas. Tendederos con coloridas telas colgaban y engalanaban el paisaje.
La gente se veía ocupada, parecía ser una comunidad de gitanos. Era un día laboral y nadie prestó atención a esas dos intrusas del tiempo que pisaban sus tierras.
Continuamos nuestro camino, me sentía cada vez mas cansada, mis piernas pesaban, y se me dificultaba el andar. Tenía que tomarme del brazo de la adivina. La mujer me dijo que faltaba poco para llegar a destino, de modo que renové mis energías y continué. Seguimos hasta llegar al pie de una montaña. Subimos unos metros por un camino armado por el hombre. Nos situamos en un lugar donde se podía ver el pueblo que acabábamos de visitar. No comprendía el sentido de aquel recorrido. Miré a la gitana, y con sorpresa noté que ya no era la misma anciana encorvada y achacada que encontré en el callejón. Ahora se veía joven, erguida, con la piel tersa y el cabello oscuro. Ella me observaba con sus envolventes ojos. Bajé mi mirada hacia mis manos y noté que centenares de arrugas habían usurpado mi epidermis, quizás estaba atravesando mis últimos días. Sentí miedo .No entendía la predicción. La gitana adivinando mi abrumado pensamiento, se acercó , tomo nuevamente mis manos y me dijo “ Lo único que pude adivinar es el vestido sin planchar en el que ahora se ha convertido tu cuerpo . Solo deseaba tener tu juventud, y lo he logrado”. Sacudí la cabeza espantada y abrí mis ojos. Me encontraba en el mismo callejón de la ciudad por donde venía caminando antes del extraño encuentro. La gitana ya no estaba, mis manos ancianas sostenían un manojo de hojas amarillas y secas, a pesar de que la primavera había comenzado.

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