lunes, 27 de julio de 2015

El disparador de los hermanos Brana – Héctor Ranea


—¿Qué sabemos de las branas? —dijo el niño con ojos almendra a su philoctetes.
—Tenemos dos amigos, Ben y Men, llamado Mem sin otro motivo que la cacofonía —trazó un vínculo orgulloso en el aire el philoctetes para después murmurar—. ¡Me desvivo por el niño, y no va que con las preguntas que hace me hará perder el trabajo!
—Te hice una pregunta sobre la física de las branas. ¿O se dice: broncas?
—Los broncos son caballos salvajes según la dicción antigua en el llamado nuevo mundo que terminó por ser el primero en ser eyectado, me temo.
A todo esto, en un lugar del navichorro “El Perifolio” se proyectaba un viejo film con Alexandros Peloponesos y Nastavia Kuliophilos sobre la navegación a vela en tiempos de calma chicha, en la que los protagonistas no tenían antagonistas más que el viento que no existía momentáneamente. Ella se mecía con solemnidad de triple X en la humedad apenas insinuada del chinchorro en el que compartía un asiento con el más masculino de los dos que se petardeaba a cada rato, dado que la única comida, consistente en cartón de luces de emergencia, le cayó bastante mal.
El balanceo de “El Perifolio” parecía atenuar todas las sensaciones desagradables de Alexandros mas no las de Nastavia, que se preguntaba por el origen del Petardazo final, el que ella terminaría con un corchazo en medio del trigémino del marino huerito.
Él, por su parte, trataba de beber de los ojos de un pescado recién muerto pero la córnea se resistía a sus afilados dientes, por lo que debió recordar a Ben Brana, un pautador de cólicos, rubio platinado y ojeroso macho de hoguera llameante en el Bronx de antaño. Y en ese recuerdo le vino a la memoria una poesía sobre la familia Brana, un cólico espantoso, si se quiere, ya que al cantarlo a la dulce y triple X Nastavia le vino una irrefrenable necesidad fisiológica que se manifestaba por la danza, el culebreo y el movimiento independiente de los músculos del vientre.
Ambos terminaron, como puede suponerse, ensuciando al chinchorro, que navegaba al garete cósmico en medio de tormentas espaciotemporales dirigidas por el cuasi tensor de impulso global, enderezado, si se puede concebir tal cosa, por un hilo de gravedad cuantificada en el que se podía leer la frase: “Si esta es la teoría del todo, el todo dónde está”, seguido por la onomatopeya más común de la risa y el pedorreo.
Mientras el chinchorro se perdía en la noche, sin solución de continuidad apareció en pantalla el mellizo Mem Brana tocando en trompeta disfórico-cromática el blues “La acromatopsia de los quarks no la perdono”, mientras su hermano Ben preparaba una versión cuantificada del Dixie: “Menlo Park, we missed you ¿Where’ve you’ve been?" Aunque bien podría haber sido "Where the heck are you", que nadie se hubiera enterado porque la línea melódica era entrecortada por la cuantificación, que producía un álgebra discontinua dentro de una manera solipsista de tratar el pentagrama del nombre del Diablo.
Ni Ben ni Mem pudieron explicar la familia Brana a nadie, menos a Nastavia, que había dejado a Alexandros bebiendo ouzo con maníes recién llegados de México aunque de ahí habían salido como cacahuates que después de algunos petardeos terminaron siendo cacahcuetes y de ahí caga cuates.
Esta es la triste y sentida historia de los hermanos Brana, fusilados por Pancho Campana, el disparador más rápido de Grandes Pum del lado del universo en el que la música se desarrolló en octavas. O sea acá. Pero no estamos seguros. “Esta puta manía de la cuántica de complicarnos la vida”, suspiró Nastavia para disimular un enérgico cuesco de ballenero.

Acerca del autor:
Héctor Ranea

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