miércoles, 30 de diciembre de 2015

Cruzando el Amú Daryá, al oeste de Ashjabad - Daniel Frini


—Vámonos del otro lado —dijo el hombre y tomó a su compañera de un brazo, arrastrándola casi, y haciéndola trastabillar en el pedregoso terreno que separaba las dos grandes rocas que enmarcaban el único paso que permitía ir de la Ciudad Vieja al Cementerio de los Padres.
Al tomar la nueva posición, el sol quedó a sus espaldas, permitiéndoles a ambos ver sin problemas el camino y lo que en él sucedería en la próxima hora; protegiéndose, a la luz, de la vista de los enemigos.
En la lejanía se oyeron cascos de caballos. El hombre tomó su arco, preparó un par de flechas y pasó otras dos a la mujer:
—Tú el de la derecha, yo el que pasa más lejos.
Aparecieron entre las rocas. El condenado iba flanqueado por los dos verdugos.
Cuando estuvieron cerca, con voz muy calma, el hombre dijo:
—Ahora.
La mujer y el hombre tensaron los arcos y apuntaron. El condenado, sabedor de la emboscada, levantó sus ojos hacia las piedras y sonrió.
Una fracción de segundo antes de que el hombre soltase la respiración, y con ella la flecha; la mujer giró desviando su arco y disparó. Traspasó de lado a lado la cabeza de su acompañante.
Se levantó y saludó con su mano a los guardianes que pasaban más abajo. Pateó la cabeza del hombre
—Nunca te dije que los verdugos tenían una hermana.
El condenado, con el horror dibujado en su rostro, comprendió al fin que, tal cual lo había dicho el dios, nada podría salvarlo de su destino.

Acerca del autor:
Daniel Frini

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