martes, 29 de septiembre de 2015

Hay muchas formas de viajar – Sergio Gaut vel Hartman


—¿Le gusta viajar, Clariberta?
—¡Ay, sí, Teofrasto! ¿Adónde me va a llevar?
—Santos Lugares, ¿qué le parece?
—¡Estupendo! ¡Maravilloso! Ya me imagino: Jerusalem, La Meca, Roma, Lourdes. ¿Cuál de todos esos santos lugares tiene en mente?
—Santos Lugares, partido de Tres de Febrero, ferrocarril Urquiza, el que sale de Federico Lacroze. Buen servicio, muy puntual. No la noto muy entusiasmada.
—Por favor, Teofrasto. Yo con usted iría hasta el fin del mundo.
—Jamás le propondría algo así, Clariberta. El fin del mundo es algo muy triste, un lugar sin mañana, ¿comprende?
—En realidad no, ni siquiera sé de qué me está hablando. Pero no importa. Yo lo admiro por el enorme pene anillado que me transporta al paraíso cada vez que me penetra. ¿El paraíso y el fin del mundo son lo mismo?
—¿No se estará confundiendo, Clariberta? El del pene anillado es mi hermano mellizo, Teofrastro.
—Me deja anonadada, estupefacta. ¿Cómo es posible que usted y su hermano mellizo se llamen del mismo modo?
—Nos pusieron el mismo nombre para que no nos confundiéramos, imagínese: somos dos gotas de agua, si obviamos el asunto del pene, claro.
—¿Llamarse igual no es motivo de confusión?
—¡No, todo lo contrario! Supóngase que en lugar de Teofrastro mi hermano se llamara Carlitos, y toda la gente, incluso yo mismo, le dijera Teofrastro.
—Tiene razón; sería terrible.
—Entonces, ¿acepta mi invitación?
—Me decepciona un poco que su pene no sea anillado, por lo que no podrá transportarme al paraíso cuando me penetre. Pero igual acepto.
—Yo me refería a ir a Santos Lugares.
—Ah, cierto, tiene razón. ¿Cuándo salimos?
—Ahora mismo. Aquí llega el tren.

Acerca del autor:
Sergio Gaut vel Hartman

Memoria - Héctor Ranea


La señora nos llevó adonde estaba su abuela. Ella era la que tejía. Queríamos saber si tenía colores favoritos, si elegía las lanas de acuerdo a algún criterio especial, sentimental o religioso. La señora tejedora solo hablaba mapundungun, por lo que su nieta nos servía de intérprete, aunque noté que, a veces, ella misma dudaba qué versión darme. Supe que era la última de esa familia en conocer el arte de tejer. La memoria se perdería con ella. Esas telas constituían la última palabra de la señora del telar, como la nombraba la nieta. Éramos, probablemente, los últimos en ver el telar funcionando. Tengo un tejido de ella en casa, no puedo entender qué canta.

Acerca del autor:
Héctor Ranea

El Secreto – Daniel Frini


La mitología nos dice que Prometeo robó las semillas de Helios, el Sol, y se las entregó a los hombres para que conocieran el fuego. Zeus, enfurecido, decidió castigarlo; y entonces ordenó la creación de la primera mujer, que fue formada por los dioses: Hefesto la moldeó en arcilla hacíendola hermosa, Atenea la engalanó, Las Gracias y la Persuasión le pusieron joyas, las Horas la coronaron con flores y Hermes puso en su boca mentiras y palabras de seducción, y en su pecho un carácter voluble.
Nos cuenta, también, que esa primera mujer se llamó Pandora. Y a pesar de las advertencias de Prometeo acerca de no aceptar regalos de los dioses, su hermano Epimeteo se enamoró de ella y la tomó por esposa. 
Relata el mito que hasta ese momento la humanidad había vivido en armonía con el mundo; pero Pandora, curiosa, abrió la caja prohibida; permitiendo que la vejez, la enfermedad, la fatiga, la locura, el vicio, la pasión, las plagas, la tristeza, la pobreza y el crimen quedaran libres. 
Los avances en investigaciones históricas y arqueológicas nos permiten hoy saber más acerca de la Caja de Pandora: era pequeña, y en su interior contenía una hamburguesa así de chiquita con queso cheddar y salsa de pepinos, un sobrecito con cinco papas fritas locas, una servilleta de papel, un sachetcito de mayonesa y un muñequito de Superman, de plástico; baratija hecha en Taiwan. La gaseosa, chica, venía aparte.

Acerca del autor:

viernes, 25 de septiembre de 2015

Escondite - Laura Olivera


Durante horas me han perseguido sin tregua y ahora, desde mi magistral escondite, puedo observarlos sin miedo: ahí están los tres hombres, cobardemente refugiados bajo sendos paraguas negros, tres figuras espectrales envueltas en una bruma violácea, tramando sin duda una nueva estratagema para atraparme. Sus voces no me llegan pero sé que están recriminándose el fracaso de la pesquisa porque habían pensado que este predio, casi un descampado, sería una ratonera. El más bajo de ellos gesticula con energía, diríase que reprendiendo a los otros dos, que parecen agachar la cabeza, aunque apenas puedo verlos bajo esos enormes paraguas. Creo estar sonriendo. ¡Qué extraordinario ha sido mi escape! Increíble verme a salvo en mi escondite después de haber estado tan cerca de caer en sus garras, cuando uno de ellos, cuyo rostro no llegué a ver, cuyo aliento pútrido me produjo náuseas, cuyas manos me asieron brutalmente por los pelos, arrastrándome unos metros sin soltar el estúpido paraguas y pareció ser el final. Es cierto lo que tantas veces he oído decir: cuando uno cree que está a punto de morir ve imágenes de toda su vida. En un solo y fugaz instante vi la casa de mi infancia, las manos de mi abuela, la matinée de mis años tontos, la cara de Raúl, mi compañero, mi otra mitad, mi único amor, que ahora está perdido, o desaparecido, como dicen. Aún no sé cómo lo hice, de dónde provinieron esas fuerzas demenciales, pero el caso es que luché y me retorcí como un pez encabritado, sentí sus dedos de bestia estrujándome la carne, luego la caída y la punzada de dolor en el vientre, mis piernas batiéndose en el fango hasta verme libre. Logré así burlar al canalla que me persiguió como un imbécil, pisándome los talones pero trastabillando aquí y allá, resbalando en el suelo viscoso hasta perderme. En la tiniebla húmeda corrí como nunca, y cuando ya las piernas flaqueaban me sentí caer en este providencial agujero en la tierra desde donde puedo ver sin ser vista. Me queda esperar a que mis verdugos desistan para salir de mi hueco y escapar definitivamente. El que parece dar las órdenes hace un gesto y los otros dos lo siguen. ¡Vienen hacia mí! ¿Cómo es posible? ¿Me han descubierto? Sin alternativa, permanezco inmóvil, de cara al cielo, bebiendo un poco de la lluvia que me moja los labios, sin perder la calma que me invade desde que hallé este escondite. De pronto pareciera que ha dejado de llover, pero no tardo en comprobar que no, que en realidad son tres paraguas que me hacen las veces de techo y ahí están ellos, mis perseguidores que, apenas inclinados hacia mí, me miran como a un animal que ha caído en una trampa. Continúo inmóvil, como si quisiera camuflarme en el barro que ya comienza a inundar mi zanja, el escondite que había creído infalible pero que ha fallado. Curiosamente no tengo miedo pero me preparo para defenderme, en guardia, despierta, lista para lo que sea y sin embargo no siento la sangre bullir en mis venas, pero entonces ocurre lo inaudito: los tres hombres se miran y se van. ¿Me han perdonado la vida? Aún alerta, intento comprender, pero ya el caudal de barro es una catarata constante, mejor será salir de este escondrijo lo antes posible, pero no puedo. Mis miembros no se mueven, mi cuerpo no responde y ya el barro me cubre la boca cuando, como en un sueño terrible, el cielo se ilumina y le arranca un destello a la hoja del cuchillo hundido en mi vientre. No estoy despierta entonces, pero tampoco estoy dormida; cuánto tiempo habré pasado aquí, haciendo conjeturas bajo la lluvia como si hubiera estado viva. Y entonces me vuelve el recuerdo del hombre que me sostiene por los pelos, sólo que esta vez lo veo arrojar el paraguas a un costado, lo veo alzar el cuchillo y me parece estar gritando otra vez. Le veo la cara, es blanco y feo, me arrastra hasta la zanja y allí me arroja, luego vuelve con sus compañeros de faena para relatar lo ocurrido; lo habrán reprendido sin duda por no capturarme viva. Le doy gracias a Dios por eso, mientras el obstinado barro se desliza sin cesar por las paredes de mi zanja, de mi escondite, de mi anónimo e irremediable sepulcro.

Acerca de la autora:  

Open day - Joao Ventura


—Este es el Departamento de Informática Neo-cartesiana —le explicó el guía a un grupo de visitantes—. Las denominaciones “hardware” y “software”, hoy obsoletas, se han suprimido; fueron sustituidas por “cuerpo” y “alma”. Ya no hay ingenieros de hardware y software, ahora hay médicos y psiquiatras.
Signos de inquietud surgieron en el vestíbulo de entrada. Un hombre vestido de negro con collarín blanco y portando un maletín que ostentaba una cruz en bajorrelieve en el frente, fue conducido rápidamente hasta el ascensor por dos tipos de seguridad y subió con uno de ellos.
El guía se dirigió al otro agente de seguridad y le preguntó: —¿Qué está ocurriendo?
—Tuvimos una alerta de la Sección Fundamentalista del Departamento. Una impresora empezó a vomitar símbolos extraños, y como en esa sección no se cree en la medicina, llamaron a un sacerdote para que aplique un exorcismo.

Traducción del portugués: 
Sergio Gaut vel Hartman

Acerca del autor: 
Joao Ventura

Una historia del tiempo venidero - Carlos Enrique Saldívar


En un futuro cercano el cuento ha muerto. Nadie lo extraña. La humanidad se ha sumergido en la estupidez y el caos. El mundo sigue su avance con incertidumbre, corre el riesgo de desaparecer, sumergido en las entrañas de su propia demencia.
Ha transcurrido un siglo, dos, la Tierra se halla en la cuerda floja.
El cuento ha fallecido hace doscientos años.
Sin embargo, se avizora una esperanza.
Por aquel tiempo nace una niña, la cual fue abandonada en los bosques de un país del sur. Sobrevive los primeros años de su vida gracias a la ayuda de una gentes pobres, pero al llegar a la pubertad es dejada a su suerte otra vez. Subsiste unos años a base de frutas y semillas. Llega a la ciudad, pensando que su situación mejorará, comienza a decirle cosas a la población. Que no deben agredir a sus semejantes, que tienen que mantener limpia el agua del río, que es negativo maltratar a los animales. Nadie le hace caso. Pasan tres años. Aburrida, se le ocurre que puede narrar algunas historias, usando como trasfondo estos mensajes de protección al planeta. Se va a un mercado, se sienta en una banca de piedra y comienza a hablar sola, con voz alta, haciendo muecas.
Un cuento está naciendo.
Un niño se acerca a oír a la chica.
Comienza a maravillarse.
El cuento ha nacido. Vive. Crece. Es fuerte.
La chiquilla empieza a parir otro relato.
Se acerca a ella otro niño, una niña, otra niña. Diez, quince, veinte pequeños. Todos, con sus trajes harapientos y piel lacerada, le escuchan atentos.
La muchacha da a luz tres, cuatro, cinco, seis, siete, ocho, nueve, diez ficciones más.
Al anochecer, se retira a dormir, junto al mercado, entre dos trozos de cartón.
Al día siguiente repite la operación; maravillosos relatos de fantasía, amor, amistad, dolor, intriga, decepción, coraje, valentía, fiereza, ternura, terror, crimen, castigo, justicia, nacen de su voz. Más infantes se fascinan con ella, con sus aventuras. A sus oyentes se añaden adolescentes, jóvenes, adultos y ancianos; los mayores le dan comida y dinero a cambio de oírle narrar sus historias. Ella invierte sus ganancias de buen modo, duerme en adelante en una habitación modesta, acurrucada en una cama, protegida del frío y del mal, soñando nuevas narraciones para dedicárselas a su público el día siguiente, a esa gente que mantiene aún la confianza de que puede existir algo de valía en el mundo. La fama de la chiquilla se extiende por toda la región, por el país entero y su talento se contagia entre las personas de su tierra, del continente, del globo.
Así, los cuentos vuelven a ser difundidos entre los seres humanos. Gracias a la resurrección de las ficciones, hombres y mujeres tienen la buena idea de reflexionar, progresar y arreglar el planeta que una vez estuvieron a punto de destruir.
El cuento había renacido. Y se mantendría vivo en adelante.
La niña que le hubiera dado vida de nuevo falleció una tarde de otoño, de anciana. Nadie la olvidará nunca; ella será recordada a través de las incontables historias que compartió, por medio de los innumerables relatos que las personas se cuentan. A través de la inconmensurable cantidad de narraciones que los ciudadanos se regalan hoy unos a otros. Por medio de este llamativo texto que te acabo de obsequiar, apreciado lector.
Y ahora, empecemos con una nueva historia.
¿De qué la prefieres?
Tengo una bolsa mágica repleta de ellas.

Acerca del autor:  
Carlos Enrique Saldivar

domingo, 20 de septiembre de 2015

La novia de Frankenstein - Luciano Doti



El proyecto “La novia de Frankenstein” se proponía crear una muñeca del tipo cibernético capaz de emular a una mujer de carne y hueso. Pese a su nombre, la belleza era un objetivo a alcanzar. Sería de rasgos caucásicos, con el cuerpo de una playmate. Así las querían en el principal mercado al que estarían destinadas: el sudeste asiático.
Cuando la prototipo estuvo terminada, se le ofreció a un voluntario tener intimidad con ella. El afortunado hombre era uno de los tantos japoneses que se habían anotado para vivir esa experiencia. El feliz exponente de la tierra de los samuráis amaneció muy complacido. Manifestó haber pasado la mejor noche de su vida.
El anuncio del nuevo producto se hizo casi de inmediato. Miles de yenes, yuanes y otras monedas fueron invertidos en la compra de esa cibermujer que combinaba estética occidental con sumisión oriental para satisfacer a no pocos hombres consumidores de muñecas inflables en el pasado. Del mismo modo, no fueron pocas las personas que pensaron que, por el nombre y las características del proyecto, la feminista Mary Shelley se estaría revolcando en su tumba.


Acerca del autor: 
Luciano Doti

Sobre la inmaterialidad - Vladimir Koultyguine

 

El cielo, ¿existe o no existe?
La luna, ¿flota o no flota en el cielo?
Las nubes, ¿cubren o no cubren el rostro de la luna?
La lluvia, ¿cae o no cae de las nubes?
La hierba, ¿crece o no crece con la ayuda de las nubes?
El sol, ¿calienta o no calienta la hierba?
Muchas otras preguntas ocupaban el cerebro de Fernando mientras estaba de pie en el ascensor, con la comunicación ausente. Ya había contado el enésimo minuto cuando vio reaparecer la iluminación; debía alegrarse, mas ¿cómo hacerlo si comprendes que no existes?
Es bastante fácil figurarse cosas cuando uno está parado en un ascensor sin señal alguna de lo que sucede a su alrededor. ¿Acaso existen el ascensor, la casa y todo este inmenso cigarro que es el mundo de las ciudades?
Aquí hay un problema más: si todo esto es así, ¿cómo pudo pensarlo Fernando? ¿Cómo puede pensar o hacer alguna cosa?
Si hubiera dejado caer sus llaves al suelo del ascensor, no las habría podido tomar: habrían atravesado todo hasta los cimientos del edificio, pasando por todo lo colorido y descolorido en lo que pensamos como "Tierra", hasta llegar a un espacio-tiempo donde no hay ni lo uno ni lo otro, y por donde no se puede pasar si no se camina.
Pero también estaría privado de la posibilidad de tomar las llaves del suelo por la razón de ser él mismo compuesto por cosas parecidas a estas llaves, y por ello inmaterial. Logró hacerlo pero a costa de un movimiento exagerado, inseguro, temblando. Las puertas se abrieron, y pudo entrar (¿salir?) a la escalera encerrada entre paredes pintadas de azul.

Acerca del autor:

Fauna de diseño y exofaunas - Daniel Alcoba


Solo hay un animal más odioso que la jalamalaja, pulga de ingeniería genética, kamikaze hematófaga de hambre descomunal y unos cien gramos de peso. Dicha bestia abominable es el piojowicca de las sabanas pantanosas de Eurídice, planeta del Glóbulo Mayor de Arturo, que parasita a los dracodáctilos. Estos, más que animales, son continentes que vuelan. Fuera del tamaño, si tienen piojos es porque tienen sangre abundante para alimentar al monstruo de seis patas y dos pinzas como par de cizallas, manejadas con setenta quilogramos de músculos tenaces que succionan la sangre del dracodáctilo con una larga pipeta de acero inoxidable que clavan en su lomo. Estos piojos beben la sangre de cualquier ser vivo que se les ponga a tiro, con la excepción del linfa de los gurgurios de Titán, que los envenena; aunque otras naciones menos bárbaras que las de los piojowiccas usen el suero linfático rico en gurgurina del gurgurio titánico, para colocarse. 
Las incursiones de los renreles, y en particular las de los flygurubios hermafroditas, jinetes de los dracodáctilos son mortíferas. Estos enormes animales sin gracia, son portaviones que navegan en las atmósferas habitables de los bioplanetas. Seres buenazos, completamente bisexuales a quienes place seducir a parejas con sus ambiguos o prolijos encantos, a saber: 
Doble pelvis, es el remate y la cara interior de los flygurumuslos: una vulva rosada en el nacimiento de la pierna derecha, un pene de tamaño importante ante cunnus. Miembro acompañado de un par de testículos adentro de un escroto peludo, que protege los testículos de los flygurubios que no se visten sino que generan por automatismo biológico hasta dieciocho pelajes diferentes según la atmósfera donde permanezcan más de un día solar. Y casi siempre, llevan el pelaje rojo escarlata que conviene para exponerse a las gélidas atmósferas del Codo de Orión. 
Son criaturas lascivas, salvo cuando les da la hora biológica de reproducirse. Entonces se apartan de la vida mundana, se recluyen en sus casas cavernarias, y se pasan las horas aplaudiendo con el interior de los muslos una y otra vez, que en ciertos flygurubios se vuelve actividad viciosa. 
La esquizofrenia bipolar es la psicopatía más corriente de los flygurubios. Y el pacto suicida consigo mismos la causa principal de muerte.

Acerca del autor:
Daniel Alcoba 

jueves, 17 de septiembre de 2015

Agencia matrimonial Shidej – Sergio Gaut vel Hartman


—Tenga, sáquese el gusto. Máximo placer en la cama y fuera de ella.
—¿Y para qué quiero una foto de Nelson Mandela? Se murió hace como un siglo.
—No es Mandela.
—¿No es?
—No. Es un vorterix de Goltren, simbiótico grado dos; trifálico y coprófago.
—Lo mismo, ¿para qué lo quiero?
—¿No anda buscando marido? Vino acá para que le consiguiéramos uno. Este está disponible y los perfiles encajan a la perfección.
—¿Por lo menos es macho?
—Aproximadamente, sí. Es trifálico, recuerde.
—¿Aproximadamente? ¿Qué parte se aproxima?
—Mire, señorita. Shidej es una agencia matrimonial seria. Satisfacción garantizada absoluta. Sea humano o extraterrestre, se lo cambiamos todas las veces que sea necesario y en última instancia le devolvemos el dinero.
—Déjeme ver la foto de nuevo. —La mujer contempló la foto durante un largo minuto; luego miró al dueño de la agencia—. ¿Sabe cocinar? —preguntó finalmente.
—Como los dioses. Prepara manjares de mil mundos.
—¿Adónde firmo?

Acerca del autor:
Sergio Gaut vel Hartman

Oiga don Noé – Daniel Frini


Oiga don Noé, acá hay un error. Comprendo que usted deba poner una pareja de animales de cada especie, y los ocho brazos y las dos cabezas que tenemos mi esposa y yo se presten a confusión, pero nosotros somos turistas venidos de Aldebarán; no somos de acá, de la Tierra, y en la agencia de viajes no nos dijeron que iba a haber un diluvio. Oiga don Noé ¿con quién podemos hablar? ¿Cómo podemos arreglar esto? Oiga don Noé…

Acerca del autor:
Daniel Frini

La rebelión de los bolígrafos - Javier López


Aconsejo guardarlos con cuidado. En un cajón, bajo llave, de manera que no estén al alcance de los niños y tampoco nosotros podamos herirnos con ellos.
Los bolígrafos han comenzado su rebelión. Después de más de un siglo siendo los protagonistas absolutos de nuestros escritos, los intermediarios de nuestros pensamientos, anhelos, deseos, declaraciones de amor, aciertos, errores, éxitos, fracasos, alegrías y penas, los hemos rebajado a la categoría de anotadores de cosas pequeñas y sin importancia, listas de la compra, citas con el médico tomadas apresuradamente por teléfono, o el recordatorio en un post-it sobre el frigorífico.
Atentos a ellos, pronto desatarán su venganza y, a modo de lanzas, con sus puntas se clavarán en nuestros corazones, para que nunca volvamos a cometer el error de relegarlos al olvido.

Acerca del autor: 

domingo, 13 de septiembre de 2015

Vino amargo - Héctor Ranea


En la Calle de los Misterios, en Roma, hay una taberna en la que se brinda con vino del Divino Emperador Tiberio Julio César Augusto. No es raro que los paseantes distraídos entren a comer un buen plato de tripas de cordero lechal rellenas o bucatini all’amatriciana y sea el día del festejo dorado, aquel en el que el dueño de casa convida a todos con el vino del emperador. Entonces le será servido el vino al final de la comida, junto al de los otros huéspedes y parroquianos que estén en el lugar.
Algunas veces, la mujer que escancia el vino en esa taberna hace que más de un paseante se enamore de sus pechos mientras bebe y todo termina en una gresca feroz con el dueño de casa. Pero no es que esto ocurre necesariamente siempre. A veces el tabernero está tan apático que le da igual, aunque eso no es lo que correspondería tratándose del día áureo.
El vino de Tiberio se sirve pocos días al año, todos relacionados con un supuesto calendario de religiones perdidas. La verdad del mismo queda aún por ser descubierta y por ello no se sabe, pero en verdad que no se sabe, si el tabernero aprovecha situaciones entre los clientes para decretar una jornada de fiesta a su voluntad o si está constreñido a celebrar alguna cuestión religiosa.
Los que siguen estas andanzas (que no son muchos, porque el hombre es de pocas pulgas) contabilizan que sucede dos, a lo más tres veces por estación. Pero eso sí: nunca recuerdan las fechas como para relacionarlas con eventos astronómicos o religiosos conocidos.
La Taberna de la Calle de los Misterios no está lejos del ombligo de la urbe, pero en dirección contraria a los centros de gran turismo internacional. Tampoco es de esos comedores que están en lugares que parecen barriadas populares y terminan siendo caras experiencias gastronómicas. No. Esta taberna del vino de Tiberio es casi lo contrario. Nadie sabe, excepto los pocos que lean esto, que en sus entrañas se esconde ese preciado vino cuyo origen remotísimo hace pensar en qué virtudes mágicas tendría ese emperador tan controversial.
El vino contiene, ciertamente, un secreto que el Emperador Divino aprendió durante sus guerras en África y en el centro del Imperio. La conservación arqueológica, prácticamente eterna, se debe a que la purificación de este vino no se hacía con sangre de toro, sino de niños sacrificados con tal propósito. Si cada turista supiera que al beber ese vino vendió su alma al nefasto Emperador, tal vez desearían no haber tenido sed aquel día. En efecto, el alma se vende automáticamente al beber el segundo vaso, el que la escanciadora sirve glorificando sus senos de tal suerte que el incauto (generalmente es un él) bebe sin remedio.
PS: Si usted, lector, estuvo bebiendo en Roma con una señora de pechos generosos, no desespere. Quizás no lo hizo en la Taberna mencionada.

Acerca del autor:

Destino - Ada Inés Lerner


Sucede. Porque una niña es como un árbol, como un poema. Frágil y eterno. Luminoso y umbrío. Forastero. Como María. Es el momento de abandonar las raíces y navegar hacia el sol. Somos varios, porque la gloria nos espera en una estrella desconocida para otros. No a todos. Porque no a todos los grillos se los oye en el silencio. A veces sólo se oye crecer el silencio de los grillos. Desde el conocimiento íntimo que cree tener de si misma María se sorprende esa mañana con la expresión que le devuelve su imagen en el espejo. También se sorprenden los primeros brotes al reflejarse en el charco de la última lluvia. 
María enciende las la pantalla y admira las luces del espacio y fija la atención en las más lejanas. No puede advertir peligro en ellas. Y aquí se terminan las coincidencias, porque el árbol conoce su destino. 

Acerca de la auora:

Babel Revisited - Tanya Tynjälä


Cuando los Ingenieros Escandinavos dejaron en manos de esos jóvenes nativos africanos tabletas digitales para suplir la falta de profesores en tan remotos parajes, jamás pensaron las consecuencias que su experimento social tendría en el mundo. Al principio todo parecía perfecto. Los niños tardaron muy poco en entender cómo funcionaban los dispositivos y pronto se encontraron utilizando sin problemas juegos educativos que les enseñaban a leer. Los Ingenieros Escandinavos recibieron muchas felicitaciones y se decidió utilizar ese método en otros lugares con carencia de profesores. Pronto la humanidad prescindió de los mismos, alegando que los niños aprendían más fácil, de manera más uniforme y más barata con las tabletas digitales. El analfabetismo, como algunas enfermedades virales, desapareció del planeta. Fue muy tarde cuando uno de esos iniciales ingenieros, notó alarmantes anomalías en el aprendizaje. En esa lejana y primera aldea africana, empezaron violentas luchas que luego él atribuyó a malos entendidos. Entonces comprendió que al no tener un profesor con quién contrastar lo que aprendían, muchos no habían entendido lo mismo. Así pues palabras tan elementales como “comer” o “beber”, no tenían el mismo significado para todos. Al principio los cambios fueron tan sutiles, que nadie los notó, luego evolucionaron hasta hacer la comunicación casi imposible. De nada valió alertar a los gobiernos, ellos —sobre todo los de países menos desarrollados— estaban contentos con los resultados. Muchos años después, cuando el planeta se encontraba devastado por pequeñas hordas que trataban de sobrevivir como podían en ese caos lingüístico, sin agua potable, sin energía eléctrica, uno de los ancianos Ingenieros Escandinavos sobreviviente, maldijo el momento en que colocaron en las manos de esos jóvenes nativos africanos, la primera tableta digital.

Acerca de la autora:
Tanya Tynjälä

miércoles, 9 de septiembre de 2015

Camafeo – Claudia Isabel Lonfat


Según mi madre, el camafeo había estado siempre en la familia.
En algunas ocasiones lo sacaba para alardear con algún invitado sobre su valor y origen. Todos lo miraban fingiendo sorpresa y escuchaban la historia mitad real, mitad inventada, que ella les relataba de prepo.
Comenzaba su fabuloso relato hablando del origen del camafeo, sobre el orfebre que lo había hecho hace cuatrocientos años para una princesa rusa que murió en la víspera de su boda, y que luego de entregarlo a la familia real había desaparecido misteriosamente sin dejar rastro alguno. Que se trataba de una joya única, de un raro cristal. Y para lograr más impacto a su relato, agregaba, que nunca se había encontrado otra pieza de ese cristal, por lo cual muchos creen que el rey hizo destruir el lugar de donde lo extraían, junto con el orfebre.
La última vez que contó la historia, fue al jardinero por ausencia de público. Este la escuchó atentamente y cuando terminó su fabuloso relato, se lo pidió para mirarlo de cerca, y tras una carcajada dijo; fíjese, señora, cómo se parece a la Margarita Tacher.

Acerca de la autora

Escenas de un Restaurante - Jorge Oropeza


Sentado en una de las esquinas, su esquina diría yo, se encuentra el hombre como todos los días. Tiene el periódico abierto frente a sí, ocultándolo por completo. Hay que verlo por detrás para darse cuenta que recorre la página apenas a unos cinco centímetros de distancia de sus ojos. Requiere una gran paciencia, pienso, recorrer así un periódico. Metódico, abre una a una las hojas, las revisa a la distancia (imagino que apenas alcanzará a ver manchas) y cuando encuentra algo que llama su imaginación, debe acercarse y repasarlo pegando la nariz al texto. Y así lo hace con todas las hojas. La tarea le lleva mucho tiempo. Imagino la enorme emoción que debe tener al cargar consigo un periódico nuevo, listo para repasarlo. Imagino también su profunda satisfacción al terminarlo. Imagino, al fin, la terrible soledad del lector miope, que emplea su tarde entera en revisar al mundo, aislado desde su rincón y detrás de su periódico.

Acerca del autor:
Jorge Oropeza

sábado, 5 de septiembre de 2015

Lo mismo en la vida que en la muerte - Alejandro Bentivoglio


Su afición al dinero continuó aún en la muerte. Así que cuando vio la barca de Caronte, preparó dos monedas falsas para pagar. El barquero tomó lo que se le daba y le indicó que subiera. El viaje fue largo y silencioso. Cuando llegaron a tierra, Caronte le hizo una seña para que bajara, ya estaba en la última morada de los muertos.
Al dar los primeros pasos encontró un enorme palacio de cartón pintado. Árboles de papel. Ridículos animales de telgopor.


Acerca del autor:
Alejandro Bentivoglio

Tomado del blog: Memorias del Dakota

La renuncia - Javier López


—¡Dimito! —fue la primera palabra que pronunció Su Santidad al despertar esa mañana. El camarlengo Pedro, el de Romano, entendió en ese mismo instante que la profecía de San Malaquías, que tantas veces había estudiado, comenzaba a cumplirse en su propia persona.
—¡Santidad! ¿De qué está hablando? Usted es el representante de Dios en la tierra, el pastor y guía de millones de católicos, el encargado de mantener la fe en el mundo, en este mundo que se encuentra en un momento tan especial y delicado que exige un líder espiritual fuerte, una iglesia sin fisuras.
—¿Fisuras? ¿Es que no las ves, Pedro? ¿No has visto las grietas en las escaleras, en los pasillos, en los techos abovedados, no te has dado cuenta de que el Vaticano se desmorona, como metáfora de los tiempos que están por llegar?
—Pero Santidad, la iglesia no contempla la anulación del cargo de Santo Pontífice; el cargo es un honor, un privilegio, pero a la vez es una cruz, una pasión que se encarnó en su persona, por obra y gracia del Espíritu Santo, de la Santísima Trinidad, por obra y gracia de los cielos; en definitiva: por obra y gracia del mismo Dios.
—Mi fe decae, Pedro. Mi fe y mi capacidad de controlar toda esta podredumbre. La Banca Ambrosiana se ha convertido en una lavadora del dinero del narcotráfico, las armas, la prostitución. ¿Cómo podemos explicar esto a nuestros fieles? Esta noche tuve un sueño, un sueño en el que se me aparecía un tero gritando hasta romperme los oídos.
—¿Un tero? ¡Aquí no hay teros! Solo palomas, símbolo de la paz, de la tercera persona…
—Pues ahí voy a parar, querido Pedro. Si con la paloma hemos pretendido representar a Dios, al Espíritu Santo, ¿no será un tero la representación del diablo, no será mi sueño una premonición de que el día de la bestia se acerca? Lo dicho: ¡renuncio, no puedo más!
—Santidad, no puede inferir de ese sueño todo eso que está diciendo. Quizá ese pájaro sólo quería advertirle de que hay que retomar las cosas, seguir luchando…
—¿Luchando? Eso he intentado durante mi mandato, pero se sigue blanqueando dinero, la inmoralidad se extiende y las grietas… las grietas… aparecen por todas partes. ¿Sabe lo que haré? Antes de comunicar al mundo mi renuncia, aboliré la teocracia en el Estado Vaticano y promulgaré una constitución democrática. ¿Qué le parece? Quiero un Dios para todos, un Dios comprensible, asequible… cuestionable.
—¡Democracia! ¿Está loco? —Pedro sintió cómo se ruborizaba por su atrevimiento al pronunciar esa aseveración—. La democracia es un placebo para el pueblo, que se cree en la capacidad de elegir. Es Dios quien elige nuestro destino, nuestro futuro, los designios del hombre en la tierra. Y Su Santidad, no lo olvide, es su representante.
—Entonces acaba de darme la razón. Será Dios quien está loco, porque todo esto carece ya de sentido. No dilatemos más el asunto: anuncie mi renuncia a la Prensa.
El camarlengo, Pedro el de Romano, no quiso seguir discutiendo el asunto. Pocas horas más tarde la noticia ocupaba todos los titulares y cabeceras de los informativos. Justo entonces una enorme tormenta descargó con fuerza sobre la Ciudad Eterna; un majestuoso rayo quiso hacer blanco sobre la cúpula del palacio papal. Los cimientos de la magnífica construcción se agitaron. Ratzinger, que desde ese instante volvía a conocerse por su apellido civil, contempló una visión apocalíptica a través de una de las grietas que tanto le habían atormentado, ahora aún más abierta: el infierno podía percibirse con claridad a través de los muros del palacio. Había llegado el momento de cambiar su residencia.


Acerca del autor: 
Javier López

Del por qué dejamos de volar hacia las estrellas - Tanya Tynjälä


(En algún lugar de la galaxia de Circinus)
Cuenta la leyenda que antes de que el polvo dorado de las horas cubriera los altos Domos de Cristal, nuestros ancestros descifraron el secreto de viajar hacia galaxias lejanas. Construyeron varios vehículos voladores tan brillantes como nuestros cuatro soles y se dispusieron a buscar otros mundos habitados. Deseaban compartir, aprender, encontrarse con esos seres, quizá distintos en apariencia, pero igualmente creados con amor por la Madre Universal.
Mucho tardó la búsqueda, la tristeza ante el vano intento los embargaba, hasta que en una lejana galaxia encontraron un único sol cuyo tercer planeta rebozaba de vida.
De inmediato emprendieron el viaje que los llevaría al histórico encuentro... y fueron atacados, las máquinas voladoras destruidas, nuestros hermanos masacrados y desmembrados para luego estudiar sus partes. Se nos acusó de monstruos, de elucubrar crueles conspiraciones para dominar su planeta…
Nuestros líderes pensaron en un malentendido y prosiguieron con los viajes con la esperanza de convencer a esos seres de lo bueno de nuestras intenciones. ¡La Madre Universal, no podía haber creado tan bárbaras criaturas! ¡En algún lado debían tener alma! Pero las masacres siguieron, jamás trataron de entendernos, de entablar comunicación con nosotros.
Es por eso que decidimos dejar de volar hacia las estrellas, por temor a encontrarnos con otros mundos poblados por seres tan llenos de odio. Destruimos todas las máquinas, eliminamos todo vestigio de tan triste tecnología y solo nos queda mirar de cuándo en cuándo hacia el firmamento, para comprobar que ellos siguen sin descifrar el secreto de viajar a otras galaxias…
…y quiera la Madre Universal que nunca lo hagan.

Acerca de la autora:
Tanya Tynjälä

martes, 1 de septiembre de 2015

Cuatro días de paz – Daniel Frini


Soy cadáver. Las fiebres me enfermaron y, finalmente, acabaron conmigo; y ahora hace ya cuatro días que he muerto. Claro que tuve miedo, mucho miedo. Quién, en sus cabales, puede decir con sinceridad que no le teme a la muerte como se teme, al menos, a todo lo desconocido; con esa aprehensión que nos produce lo que nos saca de la rutina. En mi caso, de la rutina de vivir.
Fui querido; y morí en compañía de los míos. De mis hermanas, de mi familia y de algunos amigos. Y aunque otros, muy amados míos, no estuvieron conmigo antes de mi partida, sé que me lloraron y se conmovieron por mi final.
Como siempre ocurre, al que parte sólo podemos demostrarle nuestro cariño de una manera curiosa: a través de los ritos funerarios. Y en mi caso no estuvo nada mal. Mis hermanas cerraron mis ojos y me besaron, me lavaron y ungieron con perfumes y aceites, ataron mis manos y mis pies, me vendaron  y pusieron mirra y aloe entre las vendas; colocaron dos denarios sobre mis ojos y cubrieron mi cara con un sudario. Vinieron a despedirme todos los habitantes de mi aldea y hasta de aldeas vecinas. Fui llevado en procesión hasta el sepulcro en un féretro de mimbre. Algunos rasgaron sus ropas en señal de duelo, dijeron plegarias y hermosas palabras de lamentación, en recuerdo mío. Me colocaron boca arriba en un nicho blanqueado con cal, en la misma cueva donde descansan mis ancestros; y la entrada fue taponada con una roca enorme.
Así supe que fui querido.
En la oscuridad y el silencio, cosa curiosa, perdí el miedo y me sentí en calma y en paz. La muerte es buena y no pesa el saber que es para siempre. Vinieron a mi mente recuerdos de mi vida, desde la primera infancia y reviví cada uno de ellos con todo detalle. Podría decir, en cierto modo, que el sentimiento es bastante parecido a la felicidad.
Pero —siempre hay un pero— ningún descanso puede ser tal. Hoy, por la mañana, llegó de un largo viaje mi muy querido amigo, uno de los que no pudo acompañarme en mis últimos días. Junto con los suyos, consoló a mis hermanas, lloró por mí, se paró frente al sepulcro, oró, mandó que corrieran la piedra de la entrada, a pesar del olor a muerte que yo emanaba; y ordenó
—Lázaro, ¡levántate!
Lástima. Tan lindo que estaba acá y tener que levantarme porque a este se le ocurre hacer milagros justamente ahora, y conmigo.

Acerca del autor:

Wakan Tanka - Daniel Alcoba


Basta mirar el mundo que nos rodea, el cielo que nos cubre, para reconocer la obra de alguien muy poderoso. El más grande de todos es Wakan Tanka, no podríamos vivir sin él.
Durante la iniciática Danza del Sol, reprimida por el ejército de los Estados Unidos con una gran matanza que incluyó al gran jefe Sitting Bull, los guerreros sioux se practicaban cortes en el tórax y los miembros, para introducirse tacos de madera a los cuales fijaban unas correas que los unían, como otros tantos cordones umbilicales, al poste central, que representaba al Sol, hipóstasis del Espíritu Creador, eje del entero universo.
Igual que los espíritus de los muertos no se acercan a hablarnos, salvo en algunos sueños, con Wakan Tanka sucede lo mismo. Suponemos que está en todas partes, pero es como las sombras de nuestros difuntos a quienes no podemos oír.

Acerca del autor:
Daniel Alcoba 

Obsesión – Ana María Caillet Bois


Carlos es un admirador obsesivo del famoso escritor argentino Laureano Peña, quien está a punto de presentar su nuevo libro en Córdoba. Aventuras en África, que así se llama la novela, es la tercera entrega de una saga en la que se describen las andanzas de un grupo de cazadores de grandes presas. Laureano conoce la existencia de este sujeto que lo sigue a todas partes, pero aunque la situación no le gusta nada, no logra descubrir su identidad. Le molesta esa sombra que lo acecha y quisiera sacársela de encima, algo que, sin embargo, parece hallarse fuera de sus posibilidades. 
Carlos, por su parte, es cuidadoso en exceso, planifica todo con mucho tiempo de antelación, no deja nada librado al azar y hasta leído todos los libros anteriores del escritor hasta aprenderlos de memoria. En este caso particular hace más de un mes que ha comprado los pasajes para viajar a Córdoba y asistir a la presentación; no ve el momento de tener el libro entre sus manos para poder leerlo.
Laureano presiente que hoy lo encontrará y ha preparado varias alternativas para sacarse de encima a tan molesto admirador. Sabe que el libro puede ser el vehículo para terminar con él de una buena vez.
Cuando arriba a Pajas Blancas con el libro autografiado, Carlos está feliz. A duras penas domina la ansiedad y no ve el momento de relajarse en el asiento del avión para comenzar la lectura. Llega con el tiempo justo para el embarque y trata por todos los medios de evitar que los nervios le jueguen una mala pasada. Es habitual que la angustia le produzca espasmos y hasta le levante fiebre. Por fin, se sienta y comienza a leer. Cuando un rato después de haber decolado la azafata hace su rutinario paseo por el pasillo y le pregunta qué desea tomar, él ni siquiera se toma el trabajo de contestar. Incluso llama la atención de sus compañeros de asiento por la concentración con que lee y por el modo en que se le van coloreando las mejillas a medida que da vuelta las páginas.
El avión atraviesa una zona de turbulencias y se agita de un modo tan marcado que muchos pasajeros se asustan. Sin embargo, Carlos ni se entera; ya va por el tercer capítulo cuando el grupo de avezados cazadores, que han penetrado furtivamente en el Parque Nacional Masai Mara de Kenia y tratan de eludir a las unidades especiales que combaten a los depredadores, son atacados por una manada de feroces leones.
El avión ha pasado la zona de turbulencias. Las azafatas recorren de nuevo el pasillo para recoger las bandejas y una de ellas advierte que Carlos yace derrengado en el asiento, con los ojos cerrados y el libro a punto de caer de las manos, atravesado por el disparo de Marlon Stevens, uno de los cazadores. Una mancha roja crece en el pecho del infortunado lector y es posible, conjeturo, que Laureano Peña se sienta por fin aliviado por haberse sacado un peso de encima.

Acerca de la autora: