domingo, 28 de febrero de 2016

El primer viaje en el tiempo – Sergio Gaut vel Hartman


A su regreso del primer cronoviaje de la historia humana, al pie mismo de la máquina del tiempo que lo trasladara al remoto pasado, el profesor emérito de la universidad de Tandilia, Franco Sandonea, concedió una improvisada conferencia de prensa ante una enfervorizada multitud de periodistas de todos los medios del planeta y sus alrededores.
—¿Conoció a Aquiles, profesor? —primereó el corresponsal de Acrópolis Atenea favorecido por sus dos metros veinte de estatura.
—Lo conocí —respondió Sandonea—. Una gran decepción. El tipo era un enano engreído con un asesor de imagen excepcional.
—¿Qué puede decirnos de Nabushadrezzar I, Nabucodonosor para el vulgo? —espetó un experto en el tema que se salía de la vaina por brillar como un diamante.
—No fui a Babilonia, amigo, siento decepcionarlo —dijo Sandonea.
—Y a Lucrecia Borgia, ¿la vio cuando preparaba las pócimas? —La morbosidad de la pregunta disgustó al prefesor y lo obligó a poner los puntos sobre la íes.
—Escuchen: no viajé por todo el tiempo. Recorrí varios siglos, todos anteriores al episodio que más me perturbó e interesó siempre, la crucifixión. —Se produjo un silencio perplejo entre los periodistas, pero el viajero del tiempo no dio lugar a ninguna repregunta—. Supe desde un primer momento que a pesar de todos los riesgos debía intervenir. Así que intervine. —Giró la cabeza y miró la puerta de la máquina—. Flaco, podés salir —dijo—. Señoras y señores periodistas, con ustedes, el fundador del cristianismo…
Se oyó un rumor extraño, como si alguien dentro del artefacto tuviera dificultades para ponerse de pie. Y luego un silencio aún más incómodo que el anterior. Un silencio que fue roto por un periodista muy joven de la cadena Solar Novotny.
—Disculpe mi ignorancia, profesor. ¿Qué es el cristianismo?

Acerca del autor: 

Despavorido - Héctor Ranea


Salió del campanario hecho un alma en pena, pobre. Volaba primero en círculos verticales rizando el rizo, luego no resistió la tentación y se hizo triángulo obtusángulo, cada lado pintado de rojo como los estambres del azafrán, pero la luz que reflejó la cerradura del libro que le permitió volar le hizo de pedúnculo de vidrio y poco después se desplomó contra el granitullo azul plateado de la plaza. Acomodó las plumas pegadas a las alas de cuero, leyó otra vez el acertijo en la palma de sus manos ensangrentadas e intentó salir de ahí. No contó con la gente que, asustada, empezó a apedrearlo y, claro, con tanto peso no pudo volar.

Acerca del autor: 
Héctor Ranea

El Laberinto - Adriana Alarco de Zadra


Lo veo entrar en el laberinto. Recorre túneles y pasadizos, grutas y cavernas. Está buscando al divino monstruo bajo las paredes húmedas de musgo, entre los helechos y los hongos que cubren las piedras. Sobre el estrecho sendero donde camina, asoman flores negras, venenosas. Aproximarse al lugar de terribles acontecimientos da prueba de su valor. No lo reconozco, puede ser Teseo o Perseo.
Lanzo un terrible rugido para espantarlo y entonces él vislumbra mi máscara monstruosa. Saca su cimitarra del cinto y retrocede hacia la entrada, pero se detiene al ver a Pegaso que revolotea fuera de la gruta en lo alto de la colina sobre el mar. Dos serpientes envuelven mi cintura y se enroscan en mis cabellos. Me miró a los ojos y nunca se dio cuenta que yo soy la hermana menor de Gorgona. Allí ha quedado su estatua de piedra custodiando mi secreto.

Acerca de la autora:
Adriana Alarco de Zadra

Mejore su alimentación diaria – Carlos Feinstein


¿Tiene hijos molestos que no le comen las empanadas porque les puso pasas de uva? La solución está al alcance de la mano, reemplace los susodichos frutos por crotones de zombis. La preparación es muy sencilla y a los precios actuales los zombis están de regalo. Recuerde algunos consejos básicos: no alimente al zombi durante un día antes de su preparación, recuerde que los zombis bien cuidados se alimentan con cerebros frescos y jamás congelados. Nunca se deben usar zombis aún carnosos y menos muertos recién resucitados, ya que proporcionan un sabor amargo a la comida. Como un buen vino los zombis deben al menos tener un siglo de vida. Los zombis se pueden comprar procesados, ya despellejados, pero para que resalte el sabor recomendamos comprarlos por tendal.
Fue un consejo para mejorar su calidad de vida proporcionados por Productos de Zombis Ilimitada.

Acerca del autor:
Carlos Feinstein

Claves para atesorar imágenes de James Bond - Daniel Frini


Déjese de lado la condición humana, elévese el alma hacia las nubes, olvídense las cosas de la tierra, ofrézcase un par de palomas en sacrificio a los dioses, ilumínese el entendimiento, recúrrase a la memoria colectiva de la especie y despéjese la razón. O, simplemente, recorte y pegue figuritas que encuentre en una vulgar revista de cine.

Acerca del autor:
Daniel Frini

miércoles, 24 de febrero de 2016

Algunas cosas que decir – Sergio Gaut vel Hartman


¿Quién se anima ―susurró Bobby Fischer― a decirle al rey blanco que todo su reino es un patio de sesenta y cuatro baldosas, treinta y dos de las cuales son blancas y otras treinta y dos son negras, que comparte el espacio con un rey negro y otros catorce vagos, que su poder se limita a lo que dicta el capricho del jugador, yo, por ejemplo, y que lo más probable es que pase Navidad y Año Nuevo metido en una caja?
¡Yo me animo y se lo digo! ―exclamó a voz en cuello el rinoceronte de Ionesco.
¿También te animás a decirle que se terminó la cerveza?

Acerca del autor: 
Sergio Gaut vel Hartman

Objetivo conseguido – Héctor Ranea


Consiguió la escalera para alzarse bien en el parque, junto al limonero. La calzó de modo de que no perdiera estabilidad cuando subiera. Colocó una piedra redonda, lúcida, pulida, calculando a ojo la posición. Subió por la escalera con solemnidad no exenta de vanidad por la gloria y el loor.
Una vez en la cumbre, miró qué ramas del árbol deberían ser recortadas para impedir que el árbol se hiciera inaccesible. Una vez que hizo en su mente el mapa del follaje, se dejó caer, blandamente, pero marró a la piedra.
Corrió el lugar de esta, luego de sopesarla bien y calcular algún parámetro que pudiere ocultase al primer análisis. Subió otra vez por la escala, escuchando con atención el ruido metálico de sus botines en cada escalón. Una vez arriba, repasó mentalmente el mapa de la fronda, verificó que las ramas a ser cortadas no arruinarían limones por venir y se dejó caer, tan blandamente como la primera vez pero volvió a fallar la piedra. Su cabeza quedó cerca, pero aún no pudo cumplir su objetivo.
La corrió calculando con más precisión, esta vez, no tanto dónde debía poner la piedra sino más bien donde debía ponerse en la escalera para lograr lo que quería. Entonces subió, calculó la velocidad de la brisa, el amable vuelo quejicoso de las palomas y recalculó la posición de cada rama superflua del limonero y esta vez se dejó caer con decisión.
Su cabeza dio contra la esfera de granito, pulida, lúcida, redonda, magnífica. Y la partió. Tomó los pedazos de la piedra y, ufano, siguió regando el limonero.

Acerca del autor:

La derrota - Daniel Frini


Espoleando a su caballo, bien cubierto de su rodela, con la lanza en ristre, encomendándose de todo corazón a su señora y diciendo en voces altas «¡Non fuyades, cobardes y viles criaturas, que un solo caballero es el que os acomete!» el Quijote embistió al primer molino. Pero los molinos no eran tales, sino más de treinta desaforados gigantes, para quienes era buena guerra y gran servicio de Dios quitar la mala simiente humana de sobre la faz de la tierra. Rocinante y el burro rucio de Sancho Panza pastorean, solos, en algún lugar de La Mancha.

Acerca del autor:
Daniel Frini

Paréntesis - Paula Duncan


La noche pintaba sonidos iridiscentes sobre el agua mansa del arroyo, las hojas de un sauce llorón acariciaban la superficie, un enorme árbol de magnolias daba sonidos entremezclados de blanco y perfume solo interrumpidos por el chapoteo de los peces bajo la luz mortecina de la luna creciente, que como principio de un paréntesis abierto, marcaba en el cielo que algo estaba a punto de suceder en la tierra, ahí en ese claro, al borde del agua.
Él llegó primero, y después de varios cigarrillos, llegó ella, apurada, despeinada; con voz entrecortada le dijo que unos cazadores furtivos casi llegaron a descubrirla; él la abrazó con inusitada ternura hasta calmarla… después se besaron apasionada, loca y salvajemente, dejando brotar ese amor robado, prohibido y tan intenso que los poseía como hechizo; sus cuerpos se buscaron, se encontraron y estallaron en cientos de pequeñas gotas de pasión; pero ese sentimiento no les daba paz, se la quitaba, y decidieron terminarlo. Parados frente a frente, se dijeron adiós con el alma y el corazón resquebrajados por una pena tan inmensa que los cubrió y los volvió oscuros y opacos.
A cierta distancia un movimiento entre los matorrales los sobresaltó, ella asustada apoyó su espalda en el pecho de él buscando protección; en ese instante preciso, sonó un disparo que atravesó los dos corazones; cayeron muertos enlazados para siempre.
En el cielo un resplandor difuso cerró el paréntesis sobre algo que aquí en la tierra, en el claro junto al arroyo nunca sabremos si en realidad sucedió.

Acerca de la autora:

El asado del domingo - Abel Maas



El asado es un componente básico en el desarrollo de la vida sentimental del hombre del Río de la Plata. Cuando nos enchastramos con el carbón, cuando encendemos el fuego, cuando nos quemamos, cuando nos lloran los ojos, acomodamos, controlamos y calculamos ese delicado equilibrio entre carnes y brasas. Hay que decirlo claramente: ellas se calientan con eso. No es fácil de entender, no es explícito, pero es así. Sin el componente sexual, porque estamos concentrados en otra cosa, a los hombres también nos gusta ser observados durante esa tarea, por nuestras esposas y por las de nuestros amigos. Sobre todo las de nuestros amigos. De un amigo.
Ese plus de masculinidad que se nos atribuye al vernos en ese estado lamentable, resulta incomprensible, aunque tal vez sea una de las variables del famoso vínculo sadomasoquista.
Nadie como uno mismo para ser el rey de esa ceremonia y cada uno de nosotros sabe íntimamente que uno es el mejor y el secreto mejor guardado serán los datos del propio carnicero.
A mí me gusta mucho hacer asados y los hago mejor que nadie, pero no los hago nunca porque no soporto que me griten “¡un aplauso para el asador!”.
Las mayores y únicas abanderadas en esta causa noble, serán nuestras chicas —más o menos chicas— que ocupan total o parcialmente nuestro corazón, son ellas las que dirán:
—El asado lo hace ÉL;
—ÉL hace el asado.
—Hace mucho que no hacés un asado.
—No sólo hace el asado, también te lo cuenta.
—Lo único que sabe hacer es el asado.
—Llevale un vaso de vino a tu padre.
—¿Voy trayendo las ensaladas?, dale Samantha, movete
—Eso sí, el asado lo hace bien.
—No sirve ni para hacer un asado.
Y están las que, finalmente, imposibilitadas de despojarse de su rol filial, nos susurrarán al oído:
—…papu, que rico te sale el asado...
Brindo con los amigos del blog por esa muchacha que me lo dijo.

sábado, 20 de febrero de 2016

Un casamiento de porquería - Sergio Gaut vel Hartman


—Se les acabó el vino —dijo Miryam, consternada.
—¿Y a nosotros qué nos importa? —respondió Yeshua, de mal modo—. Somos invitados, no los organizadores.
—Hagan lo que él diga —le dijo la mujer a los sirvientes, terca. Sabía cómo manejar a su hijo. Había seis tinajas de cien litros cada una. Yeshua suspiró resignado; no podía contradecir a su madre delante de toda esa gente.
—Llenen las tinajas de agua, hasta arriba —dijo.
—Bien hecho, hijo —dijo Miryam. Pero antes de realizar la transformación, Jesús contempló largamente a su progenitora.
—Madre, ¿no te parece mejor que convierta el agua en Coca Cola? Todos estos vagos, sin educación ni control... encima borrachos… no sé…

Acerca del autor: 

Sobre el origen de ciertas cosas – Héctor Ranea


La mariposa fue a parar a la boca del dinosaurio pues éste poseía una amígdala fosforescente para atraer animalículos de otra calaña. La acción de la mariposa fue que el saurio vomitara debido al cosquilleo y en los miasmas apareció una pareja de espantosos hexápodos que hoy llamaríamos cucarachas.
Al reaparecer en el mundo, dichas alimañas manifestaron admiración por la mariposa (fenecida en la acción) y consideraron heroico algo que fue casual, sagrado un animal que apenas entrevieron en su condición alada y cantaron alabanzas a la volátil muerta aunque la considerarían eterna.
El científico que había enviado con su máquina del tiempo al robot mariposa, en cambio, dijo impaciente:
—¡Qué estúpida mariposa! La próxima que envíe tendrá que estar inhibida de entrar en las fauces de un dinosaurio.
Pero el daño estaba hecho: las cucarachas cantaban. 

Acerca del autor:
Héctor Ranea

Huyendo - Alberto García-Teresa


Salió de la ciudad de madrugada, dejando tras de sí familia, amigos y una prometedora carrera como trititero ambulante. Montó su caballo enloquecidamente, día y noche, bajo el sol o la lluvia. Cabalgó y cabalgó hasta abandonarlo exhausto y, aún así, continuó cabalgando. Cuando llegó al fin del mundo, resopló, echó la vista atrás y comprobó horrorizado que, después de todo, su sombra aún le seguía.

Acerca del autor:

Día de San Valentín - Enrique Tamarit Cerdá


De Tito Mármol se decían muchas cosas, la mayoría de ellas con fundamento; las más, que era un tipo aparente y frío, seductor y superficial. Unos le tenían por crápula, otros por fanfarrón, puede que todos ellos estuvieran acertados. Su éxito con las mujeres le inducía a prodigarse sin límites; en materia de fluidos corporales era todo generosidad. A su estela se agitaban con frecuencia la decepción y la ira. Alguno de sus allegados ha pretendido homenajearlo desvelando su fantasía más recurrente: quedar enclaustrado por azar durante días junto a un equipo de “cheerleaders”. No es increíble, más de uno sueña con algo así. Irónicamente, fue la muy atractiva y temperamental Socorro Cienfuegos, cabo del cuerpo de bomberos, la que tal día como hoy le partió el corazón. Con un hacha Bristol: hoja de acero y mango de madera de fresno, la mejor en labores de rescate.

Acerca del autor:


Las Profecías en el Espejo - Daniel Frini


Entre Maitines y Laudes del dos de julio del Año del Señor de mil quinientos cuarenta y uno, Mosén Miquel bajó a las cavas de la Abadía de Nôtre-Dame d’Orval, cerca de la muy Cristiana Villa de Florenville, entre los bosques de Watinsart y Houdrée, en busca de una botella del licor fabricado por los monjes cistercienses, para llevárselo al Abad, a la Sala Capitular.
El hermano Miquel llevaba sólo una semana en el Monasterio, por lo que los pasadizos subterráneos le eran desconocidos; y a pesar de las indicaciones recibidas, la luz escasa de las candelas hizo que desviase su rumbo y llegase, sin querer, a las mazmorras, las mismas donde, casi cinco siglos antes, Pedro el Ermitaño incitara a Godofredo de Bouillon para marchar a Jerusalén, a la Primera Cruzada y donde, se dice, estuvo guardado el Grial.
Tratando de encontrar el camino, Miquel abrió una vieja puerta de goznes herrumbrosos y entró a una pequeña habitación de no más de dos varas de alto.
Allí encontró el espejo.
Estaba en el centro de la estancia, tapado con una tela de hilo, muy vieja, que se deshizo al tocarla. Era extraño, más ancho que alto, muy opaco y apenas reflejaba las velas.
Mosén Miquel pasó su mano por el marco, y en cierto instante el espejo cobró vida. Asustado, el monje cayó hacia atrás, sentado contra la pared cercana a la puerta. Allí quedó petrificado, mientras el espejo le mostró cosas increíbles.
Entre vahos de vapor, vio altísimos castillos de vidrio nunca imaginados, carrozas que se movían sin caballos, sendas oscuras y enormes por las que caminaban multitudes con curiosos vestidos; máquinas gigantes que remontaban vuelo como los pájaros; en los mares vio naves sin velas y que no eran de madera. Vio armas que no existían y explosiones gigantes y guerras que desafiaban la imaginación. Vio luces brillantísimas y de colores extraños. Y el espejo le habló en idiomas desconocidos y le hizo escuchar músicas nuevas; le mostró pestes mucho peores que la Peste Negra y enfermedades sin nombre y muertes atroces. Miquel vio barcos flotando fuera de la Tierra, y a la Tierra desde la Luna; y vio que la tierra era redonda. Y conoció el hielo que flota en el mar y animales rarísimos…
La sucesión de cosas extraordinarias continuó durante horas. Finalmente Miquel, con una enorme aflicción en el pecho, ya incapaz de soportar lo que veía, tomó una piedra desprendida de la pared de la celda, y la arrojó a las imágenes.
El espejo estalló en un fogonazo apagado. Y quedó en el suelo. Mudo. Destruido.
Hasta dentro de unos cuatrocientos cincuenta años en el futuro nadie volvería a ver un televisor de pantalla de cristal líquido de cuarenta pulgadas.
Mosén Miquel, Miquel de Nôtre-Dame, Nostradamus salió al sol del dos de julio del Año del Señor de mil quinientos cuarenta y uno, en Orval. Su vida había cambiado para siempre. Era ya la hora Tercia.

Acerca del autor: 
Daniel Frini

martes, 16 de febrero de 2016

El actor - Raquel Barbieri


Desde sus ojos rojos sostenidos por pedúnculos que parecían no resistir más el peso de esa mirada, observaba al público que embelesado y temeroso no sabía si el color de esos ojos era producto de la luz teatral o un efecto de caracterización. El personaje tomó un libro y leyó en voz alta el acertijo. Cerró las tapas con furia e hizo mutis por el foro atravesando un vidrio sin siquiera dejar un rasguño.

Acerca de la autora:

Raquel Barbieri

La nube: girando, del pasado al futuro - Raquel Sequeiro


Y la habitación giraba sola, conteniendo miles de destellos en los que yo me perdía, camuflada entre los trozos de luz y de sombra, entre la explosión de todas aquellas partículas, que, como un huracán, tenía un punto en el centro en que conseguía que jamás colisionaran.
Me sentí arrastrada por ese vaivén de agua, luz y electricidad, tanto que quise regresar a la puerta, pero ya el remolino era tan grande que no podía hacer. Estirada como un junco, esperaba, apenas sin respiración y los párpados apretados fuertemente, un milagro, uno de esos extraños sucesos sin explicación. Los esqueletos giraban conmigo, trozos de piel se me adherían al cuerpo vestido, en cuanto al espejo, ese fusiforme animal que consigue traspasarte hasta dejarte desnudo… lo encontré en un lugar oscuro, donde una voz me preguntó si era Cecilia Valen, y yo le dije que sí. Lo posterior fueron unas cuantas intervenciones quirúrgicas, tratando de quitar todo lo abyecto. Me pregunté por qué la curación dependía de Jonathan, un médico de pueblo, y allí estaba, en su cama, descansando, una dolorida mujer que ocultó el rayo sagrado en una cómoda y regresó a la cama corriendo, con la sangre resbalando por las piernas, hasta llegar a los hermosos pies, y él nunca sabría que yo era diferente, que había encontrado lo que el aún no había descubierto: el secreto de la inmortalidad.

Acerca de la autora: 
Raquel Sequeiro

Brutal - Mane Herrera López


“Vine por algo. Concretamente vine a tu cama”.
El golpe de sinceridad le nubló la mirada. Era una desgraciada, pero le gustaba. “Acompañame”, respiró. Se dejó caer en la silla del comedor y encendió un cigarrillo.
Ella se quedó junto a la puerta.
El humo envolvió los cuerpos distantes, apenas conocidos. Las palabras salieron como fantasmas de su boca y el temor comenzó a fundirlos. Ella se acercó y le tomó la mano y el brazo y el hombro y el cuerpo entero. Lloró. Y otra vez fue demasiado honesta.
“Vine por algo. Concretamente vine a tu cama, a tus sábanas, a tu cuerpo… Vine por tu alma y por tu voz, por tus secretos y por los mios. Vine a quedarme”.

Acerca de la autora:

Retrato – Alejandro Bentivoglio


En el medio del desierto hay una casa, una casa que siempre ha estado ahí. Una casa que nadie ha visitado nunca. En ella vive un hombre que espera. Es difícil saber lo que espera, porque jamás se lo ha dicho a nadie. Pero es fácil intuir que lo que espera ya está ahí, justo en la casa. La casa en el medio del desierto.
Y solo por eso, es que decide seguir esperando, seguir esperando, seguir esperando.

Acerca del autor:
Alejandro Bentivoglio

Asunto de gravedad - Héctor García


Aquella noche también le robé el coche al Dr. Brown sin que se diera cuenta, pero con un objetivo bien definido. Secuestré a Guillermo Tell a punta de pistola y lo llevé derecho al manzano donde descansaba Newton. Acto seguido intimé al arquero a disparar, y la manzana que caía en ese momento, en lugar de golpear la cabeza del genio, reventó en mil pedazos. De vuelta en el vehículo, encontré bajo el asiento la prometida bolsa con monedas de oro y una nota de agradecimiento.
Ya en casa, me di una ducha rápida y fui a ver a mi hijo. El pobre se había quedado dormido sobre sus apuntes; parecía que al día siguiente tenía un examen sobre la ley de gravitación de Hooke...

Acerca del autor: 

viernes, 12 de febrero de 2016

Del manual del buen robot: cómo llegar a casa en una pieza - Héctor Ranea


Trate de que no desatornillen su caja de caudales de su bolsillo. Evite a toda costa que le tiren demasiado las mangas hasta dejarlo sin brazos (o, llegado el caso, sin piernas). Sea lo menos curioso posible con avisos callejeros: no se deje tentar con perros calientes o chicas frías, clarifíquese la memoria flash en caso de emergencia. Tenga mano a la hora de disputar por un lugar sentado en transportes públicos para que no dejen sin batería sus ojos y oídos. Respete la señal de tránsito, sobre todo si tiene un congénere adelante que zumba como un zombi zarpado. Vuelva con calma pero con prisa antes de que empiecen a chupar sus jugos vitales como en los lugares de reposición de energía mediante masticación y plática. Si usted no pudo regresar, no podrá leer esto. Desolado.

Acerca del autor:
Héctor Ranea

Hn-8 – Raquel Sequeiro


Era la algodonosa lluvia filtrándose por los cristales líquidos de las ventanas. Las escaleras se movieron de su lugar. Hn-8 estaba preparada para cualquier cosa.
Hn-8 había sido educada entre otros con características especiales debido a las clonaciones. Aseguraban que era la misma, la muerta de 2042, la chica de 34, la mujer que no sabía que detrás de la muerte se ocultaba un negocio de copias de almas, y lo celebró con curiosidad. Por si acaso, diré que, Hn-8 estaba complacida con su estructura, una estructura difusa que se diluía al contacto de la piel de otro ser humano; nunca podían tocarse, las fibras de nylon de su pelo refulgían como estrellas fugaces, chisporroteando. Un ratoncito la miraba desde el suelo del lúgubre sótano. Pero, ¿qué saben los ratones de los nuevos hombres y de los nuevos dioses? Se fue a comer su pedazo de queso con trampa y los dedos de la chica abrieron las tenazas. El ratón emitió un chirrido. Otra máquina.

Acerca de la autora: 

Posguerra - Alberto García-Teresa


Cuidaba al cuco del reloj del salón con mimo. Escamoteaba el mejor alpiste para él, le llevaba agua fresca de la fuente y limpiaba su cajita con esmero y dedicación. Sin embargo, el hambre acuciaba, y un día no tuvo más remedio que echarlo a hervir al puchero.

Acerca del autor:

Mara - Abel Maas


Yo estaba en el albergue de Puerto Madryn, recién inaugurado, éramos siete gandules que celebrábamos el fin del bachillerato, festejo inmerecido en mi caso, que tenía cuatro materias para marzo.
Cuando vi entrar a Mara por la puerta del albergue me pareció familiar. Llevaba una pequeña mochila de gamuza en uno de sus hombros y la otra mano en el bolsillo. Era menuda, tenía una melena lacia y corta, piel cobriza; nos dio la mano firme a cada uno, y miró a todos a los ojos.
Felizmente, en aquella época hombres y mujeres (yo estaba estudiando para ser un hombre) nos dábamos la mano al saludarnos por primera vez, el muchacho decía “mucho gusto”, la chica decía “encantada” y había una pausa ahí. Si me hubiera dado un besito sin conocerme, todo hubiera sido muy distinto.
El primer tipo que se acercó para hablarle era un repelente, mayor que yo, que se creía John Wayne, tan repelente era que usaba slip, lo vi cambiarse en el dormitorio comunitario. Aguantando la bronca, pude ver como Mara lo escuchaba, lo atendía, y hasta le tocó el antebrazo. Después comprendí que solo fue cordial.
Algo habré hecho para que se sentara junto a mí, tal vez ella también vio el espejo. Me contó que tenía 27 años, que vivía en La Plata, y estaba por recibirse de veterinaria. Nunca había conocido a nadie que estudiara veterinaria y eso le agregaba un plus de curiosidad. Le dije que tenía una carpa y ella me contestó que le gustaban mucho las carpas. Entonces nos fuimos a Puerto Pirámides que, en aquella época, era la playa de Robinson Crusoe. Clavé mi carpa en una lomita mirando al mar.
A los dos nos gustaba pasarnos todo el día en la playa, caminar al sol, entrar y salir del mar. Mara tenía un bikini celeste.
Como era una playa casi virgen, había por todos lados conchillas y caracoles de todos los tamaños. Alzábamos los más curiosos, los mirábamos y los dejábamos en su lugar. A los dos nos parecía un horror eso de llevar las cosas del mar al estante de la cocina.
Con ella empecé a ensayar las gracias, pero también me hacía el torturado, el humillado, como Erdosain, como Raskolnikov. Mara lo percibía y hacía comentarios atinados, ella no hablaba por hablar.
En el pueblo había un solo bar, construido con bloques de cemento apilados que estaban prontos a derrumbarse en cualquier momento. Al dueño del bar lo llamábamos Don Bloque, y ahí, con Mara, conocí el Fernet sin coca, solo con hielo.
Con la caída del sol y con los cuerpos cansados, ella entraba en la carpa, y sin cerrar la puerta (bueno, la puerta) se quitaba la celeste y se ponía un pulover grande sin nada debajo. En los atardeceres, hacía un pozo en la tierra arenosa, y con las ramas apropiadas, encendía el fuego; aprendí solo.
Mientras hacía las tareas apropiadas —acomodar las maderas, soplar, controlar— Mara miraba lo que yo hacía y no quedaba mal en su cara el reflejo de las llamas que yo mismo estaba produciendo. Han pasado muchos años pero el video está en Youtube, en el mío.
Cuando venía la fresca, nos metíamos en la carpa, cada uno en su bolsa de dormir, y con la pera apoyada sobre las manos cruzadas, escuchábamos el ruido del mar, y el silencio de la noche. 
Nos dormíamos mirándonos a los ojos.

Acerca del autor:

La duda razonable - Enrique Tamarit Cerdá


Inmaculada Roca no gozaba como es debido. No por falta de empeño, sino por mala suerte, pensaba ella, o por falta de pericia y de paciencia, le observaban sus amigas. El caso es que, aparte de un cierto bienestar y una difusa excitación durante los juegos preliminares, el intercambio carnal jamás le había deparado otra cosa que incomodidad y fatiga. Por ello afrontaba las veladas festivas sin ilusión, las proposiciones concretas sin entusiasmo y las nuevas relaciones sin convicción. Careciendo de referencias propias en lo tocante a estremecimientos y espasmos, no es de extrañar la ambigüedad esencial de sus gritos mientras el mulato Amador Toro, con alarde acrobático, la volteaba sin pausar sus acometidas, y ella sentía temblar la tierra y que el mundo se les venía encima. Como así fue: magnitud 6,9 en la escala de Richter. Cuando hallaron sus cuerpos bajo los escombros, ella tenía una mueca de escepticismo.

Acerca del autor:

lunes, 8 de febrero de 2016

Imposible - Henri Michaux


En el siglo XVIII un gran autor chino se rompió la cabeza. Quería un relato absolutamente fantástico, violando todas las leyes del mundo.
¿Qué se le ocurrió? Esto: su héroe, especie de Gulliver, llega a un país donde los comerciantes tratan de vender a precios ridículamente bajos, y donde los clientes insisten en pagar precios exorbitantes.

Acerca del autor:

Desconfianza - Alejandra Pizarnik


Mamá nos hablaba de un blanco bosque de Rusia...
—Y hacíamos hombrecitos de nieve y les poníamos sombreros que robábamos al bisabuelo...
Yo la miraba con desconfianza. ¿Qué era la nieve? ¿Para qué hacían hombrecitos? Y ante todo, ¿qué significaba un bisabuelo?

Acerca de la autora:

La verdadera historia del pecado original - Antonio Di Benedetto


A la luz de los conocimientos científicos modernos, se ha establecido que no fue la serpiente la que indujo a Eva a brindar su manzana a Adán.
En realidad, Eva dormía en el huerto del paraíso, a la sombra del manzano, cuando el fruto prohibido se desprendió y cayó, por la ley de gravedad que Newton enunciaría más adelante.
No sólo la golpeó con dureza, sino que la sacó de sus virginales sueños de doncella.
En su vecindad, Adán aguardaba que ella despertara, para invitarla, como todas las tardes, a inocentes juegos. Pero Eva lo creyó culpable: supuso que él, inmoderado en sus travesuras, le había arrojado la manzana a la cabeza. Entonces furiosa, le gritó:
—¡Te la vas a comer!
Él, intimidado, se la comió.
Ella quedó satisfecha.
Pero ya habían pecado.

Acerca del autor:

Equivocación - Karel Capek



Nos embarcamos en el Mediterráneo. Es tan bellamente azul que uno no sabe cuál es el cielo y cuál el mar, por lo que en todas partes de la costa y de los barcos hay letreros que indican dónde es arriba y dónde abajo; de otro modo uno puede confundirse. Para no ir más lejos, el otro día, nos contó el capitán, un barco se equivocó, y en lugar de seguir por el mar la emprendió por el cielo; y como se sabe que el cielo es infinito no ha regresado aún y nadie sabe dónde está.

Acerca del autor:
Karel Capek

Amor - Héctor G. Oesterheld


Desnudos, se hacen el amor delante de la chimenea.
El resplandor de las llamas les caldea la piel, los cuerpos son uno solo, rítmico latido. Un solo rítmico latido cada vez más pujante.
Agotados, los tres cuerpos se desenroscan lentamente, las antenas se separan. Las llamas se multiplican en las escamas triangulares.

Acerca del autor:

jueves, 4 de febrero de 2016

La mejor jugada – Sergio Gaut vel Hartman


—¿Ustedes creen que los jugadores saben que nosotros tenemos conciencia, sentimientos; que sufrimos cuando nos eliminan del tablero, cuando cae un compañero; que morimos un poco cada vez que nuestro rey resigna la partida? ¿Pensaron alguna vez en eso cuando la mano los aferra y los conduce de aquí para allá siguiendo los dictados de sus caprichos? Nunca lo pensaron, ¿verdad?
El joven alfil, influido por las ideas que suelen quedar flotando sobre los escaques cuando el juego finaliza, trataba de generar un estado de reflexión crítica entre los miembros de su auditorio formado por peones cerriles, torres estúpidas y caballos apenas más que fogosos que brutos. Y como no obtuvo respuesta, esperó con mansedumbre a que el humano de turno lo despegara de efe uno para llevarlo a be cinco. Estaba seguro de que algún día podría establecer contacto con el ajedrecista y hasta sugerirle una mejor jugada.

Acerca del autor:
Sergio Gaut vel Hartman

Precio reducido - William E. Fleming


El presentador de la TV con su sonrisa plateada gritó al público…
—Y Juan es nuestro afortunado ganador… ganó el premio de... —esperó unos segundos para que coreara el público— el precio reducidooo.
Todos estallaron en aplausos.
—Díganos —le colocó el micrófono en la boca— en qué se gastará el dinero…
Juan miró al presentador y a la cámara, nervioso. —Bueno yo, tengo tan pocas ganas de volver al trabajo… que creo que lo compraré y seré uno de esos jefes que solo están en una silla llamando por teléfono.
—Ah, sí, ¿en qué trabaja usted?
—Bueno yo soy, vendedor… vendedor de aire acondicionado.
La cámara enfocó al presentador luego a Juan.
—Sabe que esto es Suecia, aquí siempre hace frío.
—Sí, eh, por eso sólo los vendo en verano.
—Eso es ser un mercader inteligente… —dijo riendo el presentador.

Acerca del autor:
William E. Fleming

La creación, Escena uno – Héctor Ranea


—Perdoname, flaco. ¿No te dije a vos que hicieras algo con el tema de las estrellas?
—Me parece que se equivoca, don. A mí me dijo clarito que instalara relojes en algunas. Pero si los de la cuadrilla no hacen ni una bien, ¡qué quiere que haga! ¿Milagros?
—No; mejor milagros no. La última vez fue para macanas. Voy a ver si convenzo a la cuadrilla aquella para que lo haga.

Acerca del autor:
Héctor Ranea

La vida por la patria - Daniel Frini


Me estoy muriendo, papi. Pero estoy feliz, porque voy a encontrarte ¡No sabés lo que te buscamos la vieja y yo! En comisarías, hospitales y morgues, desde el Comando hasta la Nunciatura. Mamá le preguntó a cuánto milico encontró, pero nada. Yo tenía trece. Te extrañamos tanto. Ella se quedó seca de tanto llorar, y al final se apagó la pobre. Y allá está, como ida, en casa.
Ahora estoy acá, después de una pila de días cagado de hambre y frío, en las queridas islas, sin nadie que me ayude y desangrándome después de que una ráfaga de proyectiles siete sesenta y dos me borrara las piernas.

Acerca del autor:
Daniel Frini

El reencuentro – Javier López


Desde su ruptura no habían vuelto a verse. Un encuentro casual los condujo a compartir un café en una de las terrazas que se sucedían a lo largo de la alameda.
Fue un encuentro sosegado, con la calma que aporta la visión de los hechos tras el paso del tiempo.
—¿Qué crees que falló entre nosotros? —preguntó ella, de manera casi retórica—. Porque amor nos teníamos de sobra. ¿Decayó la comunicación? ¿Nos arrastró el tedio? ¿Se nos hizo aburrida la convivencia? 
—Falló la electrónica, amor mío —afirmó él, mientras sacaba de su bolsillo un módulo cerebral recién sustituido por la compañía que los fabricó, Lovers Robotics.

 Acerca del autor:
Javier López